martes, 9 de diciembre de 2008

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Damian Arroyo, editor web de Vuelta en U y periodista.


Leticia Vindas, periodista multimedia de el Semanario El financiero.




Daniella Fernández, editora multimedia de Revistas de Grupo Nación.








lunes, 8 de septiembre de 2008

La Boda: Final 3

La Boda: final 3


Ya era la hora para que Cleo se dirigiera al carruaje que la llevaría a la entrada principal del jardín, pero antes preguntó a la mayor de sus dos hermanas si Bill ya había llegado -pues había jurado a su novio no salir de su habitación hasta estar segura de que él ya se encontraba en el altar-, Amelie dijo a su hermana que no hacia falta ir a ver si el novio había llegado, pues había llegado una carta de Bill en donde pedía disculpas por no poder presentarse. Cleo que no podía creer lo que escuchaba empezó a llorar desconsoladamente, no podía creer que su novio se estuviera arrepintiendo en el último momento. Dispuesta a no pasar por la humillación de tener que explicarle a los invitados que había sido plantada, huyó de la casa.


Cansado de esperar y viendo que su futura esposa se había retrasado cuarenta y cinco minutos, Bill decidió y a ver que ocurría. Al llegar a la habitación de Cleo vio a sus dos cuñadas consolando a la señora Granger, quien gritó de alegría al verlo. Amelie reprochó a Bill y le dijo que ya era demasiado tarde, le tiró a la cara la carta y le gritó que Cleo ya lo sabía y que había preferido huir. Bill consternado leyó la carta y notó como pedía de forma cortante disculpas por no poder presentarse. Sin dar crédito a lo que veían sus ojos la releyó, y a los pocos segundos notó por la firma que el mensaje era de parte de su primo que también se llamaba Bill, y quien tenía su mismo apellido por ser hijo de su tío Lucas. Bill partió en dos la carta y salió del cuarto maldiciendo a diestra y siniestra por el error que habían cometido.


La Boda: Final 2

La Boda: final 2


Ya era la hora para que Cleo se dirigiera al carruaje que la llevaría a la entrada principal del jardín, pero antes preguntó a la mayor de sus dos hermanas si Bill ya había llegado -pues había jurado a su novio no salir de su habitación hasta estar segura de que él ya se encontraba en el altar-, Amelie volvió a ver a Jacint -su otra hermana de tan sólo diez años- pero ambas guardaron silencio. Cleo consternada volvió a ver a su madre, quien palideció al instante y exigió a Amelie decirles lo que ocurría, pero ésta agachó la mirada y siguió guardando silencio. Cleo notó que a Jacint ya le brotaban las lágrimas, se agachó, la tomó por los hombros y con voz serena le preguntó si Bill había llegado, Jacint asintió con la cabeza pero le explicó entre sollozos que su novio pensaba huir. Cleo volvió a ver a Amelie y fue entonces cuando su hermana le explicó que hace pocos minutos Bill estaba en la entrada del jardín y le decía a una bella joven que iban a escapar, que luego del brindis iban a desaparecer juntos y que la pasarían muy bien en Inglaterra. Cleo indignada se levantó -las lágrimas ya le habían corrido el rimel- tomó el buqué y salió a toda prisa del cuarto.


Todos los invitados estaban atentos a la entrada del jardín, pues la novia entraría en cualquier momento, y fue así, Cleo entró con paso firme en medio de un mar de lágrimas. Llegó al altar y le estrelló a Bill una buena cachetada con el buqué, y luego le recetó un sin fin de manotazos, acompañados de una gran gama de improperios. Bill sin entender nada sólo se le ocurría esquivar los golpes. El padre de Cleo y el padre de Bill intentaron detenerla, pero parecía imposible.


Cleo estaba como poseída por el mismo demonio, juró vengarse, salió corriendo y subió al carruaje sin rumbo alguno. En ese instante la señora Granger, acompañada por Amelie y Jacint, entraron al jardín corriendo, se dirigieron hacia Bill y la señora Granger le obsequió un buen puñetazo. El señor Granger que parecía perder los estribos exigió una buena explicación, así que Amelie procedió a explicarles la conversación que Jacint y ella habían escuchado. De pronto Jacint ahogó un gritó y señalando a una mujer que se encontraba entre los invitados le dijo a su padre que esa era la zorra con la que Bill pensaba huir. Bill, que estaba apuntó de explotar del enojó, gritó que esa era su prima Margareth, su prima de Chicago. En ese instante la joven asustada se levantó, pidió disculpas por el mal entendido y explicó que Bill le contaba que tenía una sorpresa de bodas para Cleo. La sorpresa consistía en desaparecer después del brindis porque la llevaría a Inglaterra de luna miel, y ella iba a ser la encargada de explicar a todos cuando notaran la ausencia de los recién casados. Sin embargo, al parecer, en el momento en que las niñas pasaron por el lugar nada más escucharon una parte de la conversación y mal entendieron todo, más aún cuando no sabían que ella era la prima de Bill y que acaba de llegar.


Bill lanzó una mirada asesina a Amalie y a Jacint, acto seguido canceló la boda y se dispuso a buscar a Cleo para explicarle el mal entendido.


Ver final 3


La Boda


La Boda

Había llegado el gran día y el tiempo estaba de su parte, la ceremonia se iba a celebrar en los jardines de la hacienda. Todo estaba dispuesto, el día anterior su madre se había asegurado de que nada hiciera falta. Afuera los camareros iban de un lado a otro con grandes charolas de comida, mientras tanto adentro la novia aún contemplaba emocionada su vestido blanco y reluciente de piedras azuladas, que combinaban con sus ojos azules. No cabía de la alegría, pero al ver que el reloj que colgaba de la pared marcaba las diez, se apresuró en maquillarse. A las once de la mañana Cleo se convertiría en la esposa de Bill Kingsley.


La señora Granger y sus otras dos hijas se quedaron boquiabiertas al entrar al cuarto y ver a Cleo, quien se veía más radiante y hermosa que nunca. Llevaba su cabellera recogida, lo que permitía ver la perfección de su rostro. La señora Granger se acercó a su hija con los ojos llorosos y le arregló la corona y el velo.


Ya era la hora para que Cleo se dirigiera al carruaje que la llevaría a la entrada principal del jardín, pero antes preguntó a la mayor de sus dos hermanas si Bill ya había llegado -había jurado a su novio no salir de su habitación hasta estar segura que él ya se encontraba en el altar-. Amelie asintió con un leve movimiento y sonrió forzadamente, pues no estaba de acuerdo con el matrimonio de su hermana y menos con la misión encomendada de estar pendiente del momento en que su cuñado llegara al altar. Ella hubiera preferido que sus ruegos y lágrimas convencieran a Cleo de no contraer matrimonio. Amelie siempre había sido una chica muy observadora y sabía muy bien que el corazón de Bill no le partencia a Cleo, pero a pesar que le explicó sus teorías una y otra vez a su hermana, ésta parecía estar cegada con lo que llaman la venda del amor.


Todos ya ocupaban sus posiciones, incluyendo a Margareth –la prima de Bill que venia desde Chicago- y miraban atentamente por donde entraría de un momento a otro Cleo. Bill caminaba de un lado a otro y consultaba a cada segundo su reloj de oro. De pronto se quedó paralizado y sus labios dibujaron una gran sonrisa, pero Bill no veía en la entrada a la que en pocos minutos se convertiría en su futura esposa, sino a Rachel, hija de su madrastra. Él sabía lo que significaba. La noche anterior Bill le había dicho que si llegaba a su boda él entendería que su amor era correspondido y que estaba dispuesta a nadar contra corriente para ser felices.


En un minuto de duda y en un abrir y cerrar de ojos vio como en cámara lenta Rachel se retiraba y en su lugar aparecía Cleo. La presión que sentía al tener la mirada asombrada de todos lo paralizó, no pudo impedir que Cleo empezara a caminar junto a sus padres hacia el altar.


En cuestión de segundos tenía a Cleo frente a frente, observó lo bella que estaba, la felicidad que irradiaba por unos momentos lo contagiaron. Fue entonces cuando no supo que hacer, si ir detrás de la mujer que a última hora se decidió por él o por la mujer que hace unas semanas le preguntaba si eran ciertas las confesiones de su hermana. Bill recordó perfectamente esa escena. Cleo con gran amabilidad le había contado lo que Amelie le había dicho, y él con mucho pesar había confesado estar enamorado de su hermanastra pero no era correspondido porque ella estaba comprometida con otro y le importaba mucho el que dirán. Sin embargo, Cleo con una dulce sonrisa había aceptado siempre casarse con él porque lo amaba y sabía que entre ellos había algo más que cariño. Y no se equivocaba. Aunque el sentimiento no se igualaba al otro que sentía Bill, entre ellos estaba surgiendo algo que empezaba a hacerlo sentir lleno y feliz. Al volver en sí, no dudó en tomarle la mano a Cleo, convencido en lo que en ese momento sentía, así que comprendió que en poco tiempo Cleo lograría hechizarlo completamente.


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